WEEKEND | 26 MAR 2023

VECINOS QUE CUENTAN HISTORIAS

✍ "El Savoia en los ochenta": Primeros amigos, travesuras y una infancia inolvidable en City Bell

En esta quinta entrega les compartimos el texto "El Savoia en los ochenta", publicado por Santiago González Arzac, en el libro colectivo publicado por el Club Atlético y Fomento City Bell en 2019, que rescata las pequeñas historias de la vida del pueblo.



Desde la redacción de NexoNorte tomamos contacto con Juan José Vendramín, Vecino Ilustre de la ciudad de La Plata y compilador del libro "City Bell: Vecinos que cuentan historias", para comenzar a publicar en nuestro portal de noticias, los cuentos que allí volcaron más de 60 vecinos de la localidad de la Zona Norte platense.

El texto fue realizado con el apoyo del histórico Club Atlético y Fomento City Bell. En la presentación del mismo, Vendramín destacó: "Hay muchas pequeñas historias de la vida del pueblo, que todavía sobreviven en el recuerdo de nuestros mayores, y que quisimos rescatar para integrarlos en un documento que nos sobreviva y pueda estar al alcance de cualquiera que se interese por ellas".


Santiago González Arzac: El Savoia en los ochenta 

City Bell es hoy un pueblo extraño, difícil de definir. Para los foráneos es un centro comercial pujante, rodeado de bellas casas y cuadras arboladas que el negocio inmobiliario se ha encargado de explotar. Para muchos otros City Bell es su historia de vida, donde importan las personas y los recuerdos.

Más allá de los caminos Belgrano y Centenario, aparecen barrios con historia y fisonomía propia, como el Martín Fierro, el Ombú o el Savoia. Este último, tan cercano a los puntos emblemáticos como la Plaza Belgrano, el Batallón o la Estación de Trenes, era a mediados de los ochenta el lugar perfecto para varios grupos de amigos que compartíamos una rutina callejera, sin consolas y pantallas led. 

A los siete años llegué al Savoia, a una casa de la calle Vucetich que aún hoy habitan mis padres, rodeada de árboles y flores. Enseguida pasé a formar parte de una barra de pibes que jugaban a la bolita en la calle de tierra, y se juntaba frente a mi casa en un gran terreno poblado de eucaliptos que trepaban con destreza. Éramos, por así decirlo, autosustentables. 

Si no había dónde jugar al fútbol usurpábamos algún baldío, quitábamos la maleza, con palos armábamos los arcos, y las tardes transcurrían entre largos picados, "bases" y torneos de penales. Tampoco faltaban el metegol y el "25", que muchos recordarán. Cada tanto aparecía algún desafío que nos trasladaba a canchas más duras, como la del tambo de Rogelio, donde la diversión daba lugar a los raspones y alguna riña menor. 

Cuando hacía calor, el almacén de Zuni y Don Ángel abastecía la Coca fría, de litro y vidrio, que se tomaba del pico, entre varios, al borde de una zanja seca. No voy a ocultar que cada tanto un intrépido saltaba a algún parque a robar naranjas, higos o nísperos. Hoy sospecho que algunos vecinos hacían la vista gorda. Jugábamos "a la guerra" con improvisadas armas, y cavábamos enormes trincheras en algún campito cercano. Aún recuerdo a mi vieja preguntándome: "¿A dónde vas con esa pala?".

Pero no todo era fútbol y juegos. También nos tomábamos nuestro tiempo para discutir asuntos relevantes en largas y delirantes charlas, las que, apoyados en alguna pared vecina o tirados en el pasto, transcurrían hasta el anochecer. Los proyectos y planes para el día siguiente no faltaban. 

El Puente Blanco, custodiado por 8 garzas blancas. Foto: www.citybellviva.blogspot.com.

Que si íbamos a pescar al codo detrás del Club Hípico, que si la excursión era hasta el "Puente Blanco" del arroyo Rodríguez o más allá, que si había que ir al cañaveral de las vías o mejor aún, a cazar cuises a la estación; capturar ranas en los campos detrás de la Escuela 80 o ir para el "otro lado" a dar una vuelta. 

Lo del "otro lado" para nosotros era todo un tema. Un lugar medio prohibido, vedado por los mayores porque había que cruzar las vías y el Camino Centenario, con los peligros lógicos que conllevaba. La arenga podía durar horas, hasta que en un momento partía la comitiva. A partir de allí, infundía verdadero temor que te viera algún delator que "complicara la cosa" con nuestros viejos. 

Sin embargo, romper las reglas era parte de la diversión y, debo confesar, que a los nueve o diez años actuar como fugitivos más allá de las vías era una aventura inigualable. Ahí la gracia era dar una vuelta, pasar por las plazas céntricas y la Calle Cantilo; simplemente "ver qué había" y volver rápido para evitar el sermón. Mi viejo, por ejemplo, chiflaba desde la puerta al atardecer y había que correr a casa.

Cualquier pibe que haya vivido en el Savoia en aquella época recordará que la calle no presentaba mayores riesgos; que a lo sumo algún matón (que nunca falta) te podía hacer pasar un mal momento; que un árbol caído en alguna tormenta brindaba diversión por semanas, que las casitas hechas de caña y ramas eran el refugio de cada barrita de amigos, y que a ninguno de los varones le faltaba su propia honda hecha de ligustro y goma de suero. 

No éramos santos. Las quintas de fin de semana que tenían pileta se exponían a recibir nuestra visita clandestina cuando los dueños no estaban y el calor agobiaba. Una carrera corta, zambullida y a rajar. El verano era siempre una fiesta. La jornada se hacía más larga; la lluvia no impedía salir a jugar, y hasta las zonas inundables eran visitadas, como la lindera a la estación, verdadero ecosistema acuático en los tiempos en que reinaban los batracios.

Nuestro límite en general eran las arterias asfaltadas. Las únicas por esa época eran las calles Almafuerte y López Merino, detrás de la cual está el barrio El Cuchillo. Por ahí no íbamos mucho, en virtud de la mala relación con algunos pibes de esa zona. Tampoco nos adentrábamos tanto en los fondos del Savoia porque nunca faltaba alguno que te "estaba buscando" o al menos eso decían los rumores. Por eso las incursiones eran en bicicleta y ocasionales. 

Así se encuentra actualmente el acceso al barrio Savoia de City Bell.

Lugares emblemáticos había varios. Uno de ellos era la "Casa Embrujada del Polaco" frente a la placita donde hoy está la garita policial. Allí vivió antiguamente el tan mentado Savoia, en una época propietario de las tierras que hoy llevan su nombre. Pasar por esa vereda de noche no era recomendable, sobre todo si el hijo del polaco (ya fallecido) te observaba detrás del portón con cara de pocos amigos y un extraño lenguaje gutural. 

En el Savoia tuve mis primeros amigos verdaderos. No aprendí a jugar al fútbol, pero comprendí lo que es formar parte de un equipo, enfrentar a tipos mayores en tamaño y edad, ayudar al compañero. Supe lo que es ir a buscar respeto deportivo en canchas lejanas, con resultados dispares. 

Aprendí a pescar, a compartir, a defender lo mío, a pasar un día entero empapado y embarrado; me comí mi primera piña. Fueron cinco o seis años soñados hasta que la escuela secundaria y el rugby me fueron alejando de los pibes y los lugares. Y nuevos pibes y lugares aparecieron, tan distintos.

Aún hoy, pasados los cuarenta, me cruzo con algunos de los muchachos de aquella época. Los caminos se alejaron pero hay respeto, mirada cómplice. No he querido abundar en nombres por temor a la memoria de los apellidos y las fechas, como diría Borges. Sé que algunos tuvieron una vida dura.

En ese entonces la magia de la infancia y la imaginación, sumada al entorno barrial y el espíritu de grupo disimulaban cualquier pena o privación, al menos por un rato. Seguramente para ellos, como para mí, el recuerdo de ese tiempo y lugar es imborrable. 

Ahora que los hábitos de la infancia han cambiado y la calle no es la misma, añoro para mis hijos aquella vida, solo asimilable con lo que hoy disfrutan en esporádicos campamentos escolares o cortas vacaciones agrestes. City Bell es hoy un pueblo extraño, difícil de definir. Un día fue, en barrios como el Savoia, un mundo pequeño y perfecto para quienes tuvimos la dicha de habitarlo.


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• Para adquirir el ejemplar físico de la primera entrega, los interesados deberán acercarse a la sede del Club Atlético y Fomento City Bell, ubicada en Calle 473 entre 13 C y Diagonal 3.

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