jueves 25 de abril de 2024 - Edición Nº1968

Weekend | 12 mar 2023

Vecinos que cuentan historias

✍ "Algo sobre el Colegio Fray Mamerto Esquiú": ¿Cómo era City Bell y su enseñanza hace 60 años?

En esta cuarta entrega les compartimos el texto "Algo sobre el Colegio Fray Mamerto Esquiú", publicado por Raúl J. M. Salas, en el libro colectivo publicado por el Club Atlético y Fomento City Bell en 2019, que rescata las pequeñas historias de la vida del pueblo.


Llegó un nuevo fin de semana y con él, un nuevo relato extraído del libro "City Bell: Vecinos que cuentan historias", compilado por Juan Jose Vendramín, a quien le pedimos la autorización correspondiente para compartir con todos ustedes esta historia.

Vale destacar que el ejemplar fue realizado con el apoyo del histórico Club Atlético y Fomento City Bell. En la presentación del mismo, Vendramín destacó: "Hay muchas pequeñas historias de la vida del pueblo, que todavía sobreviven en el recuerdo de nuestros mayores, y que quisimos rescatar para integrarlos en un documento que nos sobreviva y pueda estar al alcance de cualquiera que se interese por ellas".


Raúl J. M. Salas: Algo sobre el Colegio Fray Mamerto Esquiú

Corría el año 1958 y yo concurría al Colegio San José de La Plata. Por entonces me domiciliaba en Camino Centenario y 510 de Ringuelet. La mamá de un compañero de grado que vivía en City Bell en Calle 7 casi Güemes, llevaba a su hijo, Popi Degreff, todos los días en su Jeep IKA con capota de lona a la misma entidad educativa, y me recogía sobre el Camino Parque Centenario para llevarnos al colegio. 

De ese vínculo con Popi nació una amistad que duró varios años, hasta que finalmente Popi falleció en un accidente aéreo. Por ese entonces, yo venía a City Bell todos los fines de semana porque aquí conocí amigos y amigas que hicieron de City Bell lo que a la postre resultó "mi lugar en el mundo". 

En el año 1961 se incorporan al primer año del secundario en el Colegio San José dos actuales amigos citybelenses, Eduardo Trevino y Oscar Martínez Quintana. A esa altura mi visita a City Bell era casi diaria porque aquí estaban mis amigos –algunos de ellos ya no nos acompañan–, mis compañeros de estudio y las primeras amigas que presumían a los varones (atenti, no desearía que me califiquen de retrógrado por considerar a las chicas mujeres y a los chicos varones). 

Comenzaban los bailes en las casas de familia, al tiempo que igualmente comenzábamos a vestir los sacos azules, pantalones grises, camisas blancas con corbatas de tonos lisos y con pelo prolijo y engominado, porque era gomina no fijador como ahora. La gomina nos dejaba la cabellera como un ladrillo de la Fábrica Ctibor. Así íbamos vestidos a las fiestitas, ya casi adolescentes. Una vez finalizada la reunión de amigos, porque de eso se trataba, solía pernoctar en la casa de alguno de ellos. 

El Colegio San José tenía doble turno, de 8:00 a 11:00 y de 14:00 a 17:00 motivo por el cual, debido a las incomodidades de desplazamiento, sobre todo con el famoso Micro 3, hoy 273, por el Touring Club –así se conocía también al Camino Centenario–, de ahí que los carteles indicadores del recorrido del micro 3 eran, "City Bell" (por el Camino General Manuel Belgrano y luego Calle Cantilo hasta la Estación del Ferrocarril, o bien Touring Club por Camino Centenario hasta Villa Elisa

Muchos recordarán la hermosa Calle Cantilo de doble mano por donde circulaba el Omnibus 3, ida y vuelta, hermosamente revestida con álamos que formaban un túnel verde continuado y relajante, aspecto tradicional y clásico que siempre hizo de City Bell un lugar bello y florido. 

Así, cuando llegaba la primavera, sus árboles hacían un puente natural que apenas uno ingresaba, a la altura de la Estación del Ferrocarril por la Calle Cantilo, se sentía invitado a recorrerla con su generosa sombra; hasta que un día, improvisados gobernantes, decidieron arrasar con ese envidiable regalo de la naturaleza, vaya a saber impulsados por qué ideas absolutamente inconsultas. 

Hablar de todos esos recuerdos se vuelve no solamente atractivo para mí sino, también, obligatorio para conocimiento de las segundas o terceras generaciones que no vivieron el City Bell de ensueños, acogedor y silvestre. 

Los amigos nombrados líneas arriba, decidimos pasarnos al Colegio Fray Mamerto Esquiú de Calle 3 y Esquina 473 Bis. (No faltó quien por ese entonces interesadamente la llamó "la esquina de la educación"), a un año de su creación, con muy pocas aulas, y con solo primer y segundo año del bachillerato. 

Las anécdotas que siguen me resultan lo más sabroso de estas líneas por su anacronismo. Ocurre que a cargo del Colegio Esquiú se encontraba el sacerdote Blas Marsicano, párroco de la iglesia Inmaculada Concepción de María y capellán del Cuartel de Comunicaciones 601. El Padre Blas, poseía un espíritu militar prusiano que ponía en práctica en cuanta ocasión intervenía, ora en la pedagogía implementada en el instituto, ora en sus sermones, ora en su poca actuación social en la comarca. 

Así lucía el frente del Colegio Fray Mamerto Esquiú de City Bell en la década del 60.

Hacía las veces de secretaria una señorita ya madura, forastera de City Bell, soltera e imbuida del mismo estilo de Blas Marsicano. Sobran las anécdotas en torno a las rigurosísimas conductas que ambos imponían a los educandos y al personal docente; exigencias más formales y vacías de contenido que hoy resultarían anacrónicas y hasta risueñas. Pongamos por caso algunos ejemplos. 

El patio del colegio era de aproximadamente 10 por 20 metros embaldosado, el resto rodeado de pasto y sin muros que lo separaran del exterior. Allí nos recreábamos las alumnas y los alumnos, pero en cuanto un masculino entablaba conversación con una femenina (no tengo otra manera de denominar sus géneros), el Padre Blas, con su sotana un poco por encima de sus tobillos, se ponía en el medio y, al modo de un clinch en el boxeo, separaba a ambos "contendientes", mandándolo uno para un rincón del patio y la otra para el rincón opuesto. 

Otra: la exigencia de la vestimenta. El obligatorio uniforme consistía en un saco marrón oscuro, pantalón marrón claro con botamanga, camisa blanca, corbata verde al igual que las medias, y zapatos marrones. Si el pantalón no tenía botamanga o la camisa no era blanca, la sanción con amonestación era una fija. 

La alternativa era concurrir con delantal marrón claro y pullover verde que obligadamente debía usarse antes de comenzar la hora de clase para asegurarnos la exención de una sanción disciplinaria; generalmente, amonestaciones, correctivos que eran de práctica en casi todos los establecimientos educativos de esa época. 

Y a propósito de este ridículo uniforme marrón por donde se lo mire, recuerdo que por entonces en la conmemoración de Corpus Christi se hacía una procesión de los colegios confesionales alrededor de la Plaza Moreno por delante de La Catedral. En la ocasión que le tocó desfilar al Esquiú no faltaron quienes de otros colegios se taparan las narices en clara alusión al color marrón de nuestro uniforme "de gala".

Otra: al momento de la salida del colegio, cercana al mediodía, se rompía fila al llegar a la vereda, como suele ocurrir actualmente en los establecimientos escolares, y cada uno rumbeaba para sus domicilios. Inmediatamente después, casi por detrás de los alumnos, salía el Padre Blas con su estanciera verde y blanca para ver si se armaban parejas caminando o si alguno osaba prender un cigarrillo. 

Si a alguno lo encontraba en offside el Padre Blas detenía su camioneta y, con una mirada penetrante y torva, lograba la separación de la parejita o que se escondiera o apagara el cigarrillo. Como los policías, las pautas de conducta debían observarse tanto dentro como fuera de la institución. 

El Padre José Dardi (izquierda) junto al Padre Blas Marsicano (derecha). Dos curas históricos de City Bell. Foto: www.citybellviva.com.ar

Otra: por poco tiempo hubo una preceptora joven, muy bonita y atractiva a la que todos mirábamos con ojos que denunciaban las ocultas intenciones. Cuando un día entró al aula se produjo un "mmmmmmm". Al día siguiente fueron convocados los padres de los alumnos para notificarles que ese acto desmedido, fuera de lugar y provocador, era merecedor de amonestaciones. ¡Qué época…!

Otra: formaba parte del grupo del aula mi amigo Enrique Speroni. Un día, casi al finalizar la jornada, y durante una hora libre, Enrique descuelga el crucifijo que se encontraba arriba del pizarrón, lo toma con su mano derecha y, a modo de avión, lo hace aterrizar en un banco; justo en ese momento entra la dura secretaria y le pone una sanción disciplinaria consistente en varias amonestaciones. Al regresar de su notificación de la sanción nos dice: "Qué cosa, encima que le enseño a volar me ponen amonestaciones".

Otra: el colegio fue creciendo en su matrícula, y nosotros éramos la primera promoción, como faltaban aulas se instalaron cuatro tranvías que hacían sus veces, ya que en la ciudad de La Plata había dejado de funcionar este medio de transporte tan atractivo, económico y práctico. Un día de lluvia entra el profesor de música y solo encuentra a un alumno parado en el fondo del aula; el resto se había escondido debajo de los asientos. El profesor le pregunta a este único alumno, visible por el resto de sus compañeros, recibiendo como respuesta: "Se bajaron en la otra esquina". Sanción colectiva para todos. 

Podría continuar relatando anécdotas que en decenas brotan de mi memoria relacionadas con el Padre Blas Marsicano (ustedes saben que cuando uno llega a cumplir muchos años recuerda con claridad absoluta episodios vividos hace tiempo), hombre duro y autoritario que tuvo por mérito y misión la educación de jóvenes, tarea para la cual puso en práctica métodos propios del siglo anterior, seguramente porque esa fue la formación que recibió y transmitió. 

Me despido comentando que mi novia de ese entonces, mi actual esposa, vivía a escasos metros de la parroquia, así que debíamos estar alertas por si pasaba el Padre Blas con su estanciera en dirección o de regreso de la parroquia porque ese acontecer podía ser motivo de un descrédito. 

En una ocasión advirtió mi presencia en el lugar, circunstancia que hizo conocer a mi futura suegra, una mujer ejemplar y de una fe inquebrantable, quien fuera para mí mi segunda madre, causándole una molestia absolutamente fuera de lugar y ajena a su función sacerdotal.

City Bell, mi pago chico, mi lugar en el mundo, aquí cursé mis estudios secundarios, aquí me puse de novio por casi siete años, aquí me casé, aquí estudié mi carrera universitaria, aquí di mis primeros pasos en la docencia y profesionales en un estudio que abrí con una socia en la Calle 15 de entonces, aquí me intervinieron quirúrgicamente en la clínica de Calle 7 y Cantilo del Dr. Berri, aquí nacieron mis cuatro hijos y nueve nietos, aquí fui sorprendido por los cambios comerciales de Cantilo y sus adyacencias, y aquí he de morir. 


¿Cómo ser parte del Volumen 2 de "City Bell: Vecinos que cuentan historias"?

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• Para adquirir el ejemplar físico de la primera entrega, los interesados deberán acercarse a la sede del Club Atlético y Fomento City Bell, ubicada en Calle 473 entre 13 C y Diagonal 3.

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